Me gusta la gente.  Me gusta la gente que se aplaude a si misma, los que se caen bien, los que se quieren.  Me gusta la gente que se cuida y engríe.  Me gusta la gente que cuando se mira en el espejo reconoce a alguien a quien admira. 

Es curioso, pero en mi trabajo me he topado con personas absolutamente admirables que no se aceptan a sí mismas.  Me encuentro entonces ayudándolos a decirse piropos, a hacerse regalos, a encontrar valor en sí mismos. 

Y es que creo que para admirar a otros hay que empezar por uno mismo.  Cuando reconoces todo lo bueno que hay en ti y lo celebras, te das permiso para hacerlo igual con los demás. 

Esta capacidad es indudablemente una condición para la consolidación de un equipo de trabajo.  La gente que se admira mutuamente establece vínculos más sólidos y está mejor predispuesta para con el otro.

¿Existen equipos conformados por gente que no encuentra valor en sus compañeros de equipo? Claro que sí y se sorprenderían viendo cuán frecuente es.  He visto equipos conformados por personas que no sólo no se aprecian sino que inclusive desprecian y subestiman las habilidades, los conocimientos, la experiencia y el valor del otro. 

¿Cuál es el riesgo?  Es claro que en un contexto así no se comparte información, no se pide ayuda, no se aceptan sugerencias ni ideas, no se colabora (¿para qué?) y se someten los resultados a ser siempre aditivos, nunca sinérgicos. 

¿Hay alguna salida para esto? Absolutamente sí.  Porque todos tenemos un talento especial, todos hacemos al menos una cosa extraordinariamente bien… la solución será por lo tanto que el equipo aprenda a reconocerlo.

Ahora bien, primero tu.  Piensa en tus logros, en lo bueno que eres, en lo bien que haces aquello que haces realmente bien.  Ríete solo, cántate algo.  Y luego has lo mismo con los demás. 

Yo me admiro.  Yo te admiro.