En marzo del año pasado, cuando se inició la cuarentena, quedé en shock. Sabía facilitar aprendizajes en talleres presenciales, estar con las personas haciendo cosas juntos, rescatando, descubriendo y provocando a los equipos para que puedan alinear su dirección y velocidad de respuesta.
En marzo 2020 creí que no había más juntos. Yo era pez en el agua de un mar que ya no estaba disponible. Los meses siguientes me dediqué a transformar lo que sabía.
Empecé participando en talleres creados y moderados por otros. Me inscribí en distintos cursos y me observé a mí misma: atenta, interesada, participativa, conectada. Fue evidente que todos estábamos dispuestos a poner de nuestra parte, que seguimos deseando estar juntos.
Un buen día me descubrí poniendo en práctica lo aprendido en estos cursos, implementando esas nuevas formas de hacer las cosas. Fue importante reconocer que aprendí, que aprendemos.
Cuando me animé a hacer un taller pensé: ¿Qué quieres lograr? ¿Cómo hacerlo en este entorno? Así descubrí que mi experiencia está intacta. Debo adaptar mi conocimiento, re-pensar, re-diseñar teniendo claro el objetivo y sin olvidar que sé hacerlo bien. El conocimiento y la experiencia son maleables, flexibles, dúctiles.
Cuando tuve listo un bloque de talleres llamé a un cliente innovador y le dije “tengo esto y está en prueba ¿te animas a hacerlo?”. Su respuesta fue: “VAMOS” (¡gracias Sergio!). Probar y corregir, una y otra vez, hasta que te convenzas que todo está listo es válido, emocionante y –para mí ha sido además -- gratificante.
Hoy estamos listos para trabajar en el nuevo normal, tenemos talleres digitales que funcionan, son reflexivos, entretenidos y eficaces. Me encantan y de hecho cada vez que termina alguno pienso ¿por qué no lo hice antes?