Imagínate la siguiente situación: estás en la fila para entrar al estadio.  Esa tarde se juega la final de tu equipo preferido y tú estás optimista.  La estrategia que ha elegido el entrenador para este partido no la conoce nadie, pero allí en la línea, todos apuestan por alguna.  De repente te descubres pensando que tu propuesta sería la siguiente:

Enfocar a tu equipo en ganar el partido.  Para ello los ayudarías a advertir que lo realmente importante es meter goles.  Tu meta es conseguir que todos se sientan igualmente involucrados con el resultado y que reconozcan cuán estratégico es el rol de cada jugador.  Queremos un equipo tan enfocado que supere el protagonismo individual, con gente que valora su aporte y es responsable.

Cero sorpresas.  Sabes que un equipo con cero sorpresas es capaz de jugar mejores partidos.  El objetivo es conseguir que todos sean capaces de decir siempre: claro que lo sé.  Por eso crearías espacios para favorecer la comunicación y definirías procesos que estimulen la coordinación y la planificación.  En tu equipo las personas estarían hablando de los pequeños desafíos cotidianos tanto como del gran reto final.

Tu problema es mi problema.  Los jugadores harían su trabajo lo mejor posible, pero también estarían preparados para ayudarse entre sí frente a dificultades particulares.  Hay que ganar el partido y si aparece alguna barrera el equipo estará allí para cooperar y solucionar.

No se trata de ti, no se trata de mí, se trata de esto.  Sabemos que somos diferentes y que tenemos diferentes puntos de vista.  Esta es una ventaja, no permitamos que la diferencia nos desoriente.  El reto no es pensar igual, el reto es querer lo mismo.

Pitazo inicial, es hora de jugar y ganar!