Claudia ha decidido que este año si o si participa activa y exitosamente en las olimpiadas deportivas que organiza su empresa. Como es una persona seria ha decidido entrenar diariamente y para ayudarse se ha matriculado en un gimnasio. Allí, le han dado una completa rutina y se la han explicado bien. Tiene todo listo para su primer día y se siente tan entusiasmada que con las justas puede dormir esa noche. Rin! suena el despertador: qué asegura que realmente haga lo que debe hacer? Tener la intención? Las mejores herramientas?
Bueno, sucede algo parecido cuando decidimos trabajar en equipo. En mi experiencia he comprobado que aunque algunas personas reconocen el beneficio del trabajo en equipo no siempre consiguen implementar acciones sostenidas en este sentido.
La buena noticia es que a veces si. El éxito, desde mi experiencia, radica básicamente en tres condiciones.
La primera depende de las personas y tiene que ver con conveniencia. Es fundamental que todos en el equipo sepan que ganan para sí mismos con el cambio y tengan claro porque les conviene implementarlo. No funciona igual si el esfuerzo se hace como una concesión.
La segunda condición depende del líder y tiene que ver con influencia. Es indispensable que el líder del equipo crea en el proyecto y demuestre ardientemente su entusiasmo. No vale la pena el esfuerzo si encontramos a un líder suspicaz, indiferente o ambiguo.
La tercera condición depende del equipo y tiene que ver con logros. Un equipo que reconoce que ha avanzado se alimenta a sí mismo y fortalece su intención de mantenerse en el esfuerzo. Los logros, inclusive los pequeños, renuevan el impulso inicial y permiten al equipo seguir avanzando.
Así, ver que es posible pasar de los resultados comunes a los extraordinarios, de los aditivos a los sinérgicos se convierte en el mejor motor de la transformación. Vale la pena pasar de la intención a la acción.