Hace algunos días, uno de mis equipos me pregunto qué clase de equipo eran ellos.  Mi labor fue ayudarlos a explorar qué clase de equipo se consideran y por qué; además de darles herramientas apropiadas que los ayuden a reconocerse y mejorar.  Así fue. 

Se sintieron tan satisfechos y orgullosos de sí mismos luego de este análisis que empezaron a pensar en otros equipos conocidos.  Este esfuerzo les exigió crear una clasificación de equipos en la que reconocieron cuatro estilos:

Duro de matar.  Se trata de un equipo trabajador, recio, fuerte.  Todos saben qué es lo que tienen que hacer y lo hacen. Quieren aprovechar el tiempo por lo que están en acción permanentemente.  No se sientan a planear, no revisan, no coordinan. 

Fisgón.  Es un equipo lleno de vitalidad y energía.  Sus miembros son ambiciosos, competitivos y observadores.  Este carácter les hace sentir curiosidad por el otro, de tal manera que están siempre mirándose entre sí, tratando de dejar claro quién es quién.  

Turba.  Son estrellas individuales, solucionadores de problemas.  Estas personas están juntas pero  no saben por qué.  No saben adonde ir, pero no quieren que se note. Cada uno empuja para donde sospecha que es correcto empujar, sin coordinar (preguntar es señal de desorientación).  Se les ve agitados, cansados, agobiados. 

Nuclear.  Se trata de un equipo esforzado, tenaz, perseverante.  Conoce su potencial y también reconoce sus límites.  Los integrantes son interdependientes y complementan roles, competencias, recursos.  Les importa llegar lejos pero también hacerlo bien y disfrutar el camino.  El reto para ellos es garantizar resultados sinérgicos y sostenibles.

Un equipo que no para, arriesga sus resultados: ¿cuántas batallas más podrá ganar sin mirar cómo avanza?

Un equipo que se concentra en lo interno y que canaliza toda su energía en sí mismo: ¿cómo se relaciona con el mercado y la competencia?

Un equipo reactivo: ¿cómo avanza?