Es infalible: durante los procesos de consolidación de equipo que me toca facilitar hay siempre un par de ejercicios cuyos resultados llaman poderosamente la atención.  Lo curioso desde mi punto de vista es que ambos ejercicios tienen algo en común: son básicos. 

Uno de ellos consiste en plantear al grupo algunas preguntas generales que conforman una guía de exposición y que cada integrante debe usar para hablar de sí mismo.  Las preguntas son por ejemplo: qué número de hermano soy o mayor desafío al crecer.

Como podemos suponer, es poco frecuente que luego de atender a las respuestas alguien diga “ya lo sabia”.  Sucede más bien todo lo contrario.  He escuchado después de este ejercicio decir: ahora lo entiendo todo, Juan es hijo único!

Y es que ninguno de nosotros es un trabajador solamente.  Somos identidades sistémicas, complejas, incomparables.  Traemos al equipo una historia particular, una serie de costumbres.  Puede parecer contradictorio pero al reconocer la diferencia individual y reafirmarla se promueve un comportamiento de equipo.  Y no podemos reafirmar la identidad individual si no la conocemos.

Otro ejercicio interesante es aquel donde promovemos la conversación esclarecedora: cara a cara.  Le pedimos a los integrantes completar en pareja y verbalmente algunas frases relacionadas con el otro.  Por ejemplo: al principio pensé que tu… ; me pareció bien que… , no entiendo por qué… .

Es típico que las parejas partan a regañadientes, ansiosas porque les parece que 20 minutos es mucho tiempo.  No sé exactamente qué se dicen, pero sí sé que no quieren parar cuando les digo que el tiempo terminó, que repiten el ejercicio en la oficina e incluso se les hace costumbre.

Y es que ¿cuántas cosas pueden entenderse, aclararse, redefinirse hablando cara a cara?